La marea digital arrasa con la antigua tecnología: la televisión, los móviles, los libros. Ahora es el turno de las salas de cine. Las tradicionales bobinas de las películas desaparecen para dar paso a archivos digitales en alta definición. Pero, ¿quién paga esta transformación?
“Antes iba todas las semanas, ahora sólo puedo permitirme la mitad de visitas”, explica Verónica González, una aficionada al cine que ha visto cómo el precio de las entradas a las salas de proyecciones no ha parado de aumentar en los últimos cinco años. La culpa no es de la crisis, tampoco es del paro. El futuro (y cada vez más, presente) del cine digital se ve reflejado en los números. Al menos son necesarios 125000 euros para convertir un cine tradicional en uno de última generación, según explica en su blog el periodista de cine de El País Gregorio Belinchón.
Para las grandes distribuidoras, como Cinesa Proyecciones y Yelmo Cines, no supone un reto económico debido a su rápida recaudación en taquilla con las producciones americanas. Los cines independientes o que pertenecen a distribuidoras más pequeñas, como CineBox o Lauren Films, tienen más problemas a la hora de actualizar sus salas al ritmo de la competencia: son las llamadas pantallas de riesgo. El proveedor digital de películas Arts Alliance Media (AAM) propone un sistema de financiación para aquellas salas que no dispongan del presupuesto necesario para la conversión. En definitiva, créditos y nuevos acuerdos entre distribuidoras que acaban cerrando las puertas a aquellas que no deseen proyectar los creaciones más comerciales de las productoras.
El número de salas que se ha convertido a digital se ha triplicado en el último año. Según el XIV Censo de salas de cine de la Asociación para la Investigación de Mediosde Comunicación (AIMC), en abril de 2011 el 23,6% de las casi 4000 salas de proyecciones dispone ya de un proyector digital y un 18% puede, además, proyectar películas en tres dimensiones. “ El espectador es el que suele pagar el cambio, con una subida de alrededor de tres euros por entrada”, relata una trabajadora de Yelmo Cines de Zaragoza, Ginni Belmonte. “La gente no quiere pagar 10 euros por una calidad que no se diferencia mucho de la anterior, así que suelen aprovechar los días del espectador o los descuentos que ofrecemos algunos días”.
Aunque las salas de cine no hayan disminuido en el último año (según la AIMC incluso han crecido un 0,6% desde abril de 2010), el peligro para el espectador es la reducción de la oferta cultural que se exhibe en las salas. A riesgo de ello, aparecen nuevas experiencias digitales: videojuegos en pantalla de cine, óperas y conciertos en el extranjero proyectados en directo y partidos de fútbol en butacas ergonómicas en alta definición. La sala de cine se convierte poco a poco en un salón de ocio cuyo principal elemento es el espectador, que disfruta de las nuevas sensaciones mientras sufraga sus propios gastos.
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